domingo, 26 de julio de 2009

La Vieja Loma y el Asfalto

Esta mañana la vieja loma
ha elegido un suéter blanco
para bajar al río.

Recostada a la orilla se acuerda
de un joven descalzo que solía
silbar al visitarla.

Subía a la hora de la siesta,
leía de sus libros en silencio y se marchaba
atado a una cometa de nostalgias.

A la loma, aquella primavera,
la brisa le arrancaba cada tarde
escalofríos esmeralda.

Hoy, más abrigada, bosteza.
Los árboles desnudos se frotan los brazos
cuando el viento se levanta.

A lo lejos
como gritos de gaviotas
escucha el gris del tráfico.

A la loma le duelen las rodillas
de tanto estar sentada,
pero no le quedan ganas de moverse.

Bebe un sorbo
del inmisericorde espejo
del invierno.

Se acuerda del rebaño
que le hacía cosquillas en la espalda.
Ya no vienen el joven ni las vacas.

Quizá los soñó a todos, como sueña
que el látigo infinito del asfalto
dejará su cicatriz en otra parte.

No sabe si le importa
demasiado. A veces
le apetece ver el mundo.

Sólo espera que el golpe no despierte
a la familia de topos
que duerme en su regazo.

Anochece y contempla las estrellas.
A algunas vio nacer y entre susurros
las llama por sus nombres.

Sin querer se adormece.
Las primeras luciérnagas se acercan
para irla desnudando lentamente.

Lavaca ha rumiado demasiado tiempo en silencio.

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